La cultura se convierte en nuestra salvación espiritual (y corporal) en momentos de crisis sanitaria, de crisis interior. ¿No es evidente que las artes bellas, las inmersiones individuales o colectivas en la vida cultural nos reconfortan? ¿Acaso hay una prueba más clara que nuestros propios sentimientos placenteros ante la experiencia estética de lo bello? Sí, la música se dice que amansa a las fieras, y existe toda una tradición en la mitología clásica en la que la cultura tiene un poder social, educativo, político, humano. Todo ello ha sido reflejado acertadamente en los más importantes tratados internacionales y constituciones nacionales. Por tanto, para una mejora del sector cultural, urge el reconocimiento legal a través de mecanismos realistas y dinámicos de fomento de nuevos modelos de gestión desde las políticas públicas, que, aunque no requieren de una inversión pública importante, permitirían establecer lazos y modelos de integración en los sistemas sanitarios y educativos, insertando la acción cultural de manera transversal en Lanzarote, junto a las omnipresentes políticas turísticas, como un bien estratégico fundamental en la isla, en todas las esferas. Toda la cultura en Lanzarote debería estar declarada de interés cultural.
Hoy, la salud y sus urgencias se han llevado por delante muchas de las ilusiones y de los eventos programados por la industria cultural en todo el mundo. Las vidas perdidas son lo más importante y no debemos olvidar el dolor, pero no perdamos la esperanza en la ciencia. En todo caso, dejar de apoyar o impulsar la vida cultural de las sociedades contemporáneas tendría efectos devastadores en los creadores y en los responsables de gestionar la relación de estos con el público. La cultura es un derecho humano y constitucional y no podemos prescindir de él, más allá del enfoque basado en los derechos culturales, la necesitamos especialmente por los numerosos valores que aporta a personas y sociedades, debemos reclamar su presencia social.
En este sentido, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en su artículo 22, plantea que “toda persona, como miembro de la sociedad, tiene derecho a la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales, indispensables a su dignidad y al libre desarrollo de su personalidad”. El artículo 27 señala que “toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten. Toda persona tiene derecho a la protección de los intereses morales y materiales que le correspondan por razón de las producciones científicas, literarias o artísticas de que sea autora”. Derecho a la cultura, al disfrute y a la creación. Aquí se expresa todo lo importante, qué fuerza tienen estas leyes fundamentales, a las que, como sector (unidos) tenemos que darle vida.
Últimamente, cuando escucho la solicitud para declarar la culturam como primera necesidad, recuerdo todo lo que aprendí y sentí en la isla de Lanzarote, donde respirar es vivir la cultura insular. Desde su realidad me han pedido repensar el papel del sector cultural, en el que las manifestaciones culturales forman parte de un ecosistema único en el mundo. Aunque pueda pasar desapercibido, el sector de las industrias culturales y creativas es valioso y omnipresente. Un días cualquiera despertamos con un teléfono lleno de aplicaciones creativas, vemos la televisión o escuchamos un programa de radio. Nos vestimos con prendas con un importante componente de diseño, leemos la prensa, nos ponemos una pulsera o utilizamos la tablet para leer un libro, una revista o un artículo, para compartir un poema con un amigo. Escuchamos canciones, elegimos, gracias a fotografías, nuestros destinos vacacionales, vemos una serie en streaming, nos topamos con publicidad en todas partes, salimos a pasear y disfrutamos del patrimonio cultural que ha sido protegido y conservado por ley, podemos visitar un museo, disfrutar de un paisaje, de la gastronomía de un lugar. Asistimos al teatro, a ver danza o música en directo. Visionamos YouTube, elegimos un coche por su diseño, un vino por su historia… y así podríamos seguir con el papel protagonista que la creatividad y la cultura en todas sus dimensiones desempeñan en nuestro día a día. Además, la cultura también es salud, para cuerpo y alma.
Oliva de Sabuco, médica-filósofa del siglo XVI que escribió el que seguramente pueda considerarse uno de los primeros tratados de medicina psicosomática de la historia o, lo que es lo mismo, cómo las pasiones afectan a la salud. En uno de sus capítulos (XXXIX) vino a decir que la música era una medicina para la alegría espiritual y para curar los daños del «celebro» contra venenos, y cita numerosas fuentes clásicas para justificar su teoría. Más de cuatro siglos después se consolida su idea de que las sociedades con mayores estándares culturales tienen mayor bienestar, son más felices. En 2017, la Organización Mundial de la Salud publicó un estudio sobre la importancia de conectar las políticas culturales con la salud pública, y cómo el consumo de cultura podría llegar a mejorar la salud, con evidencias y experiencias, sobre la especial vinculación de la cultura con la salud y la necesidad de implementar políticas públicas.
Desde esta perspectiva, Lanzarote es un laboratorio único para poner en funcionamiento este tipo de políticas de terapia cultural con las que comprobar cómo, desde el ámbito educativo, el social y el turístico, un entorno tan singular puede impregnarse de todos los valores que el sector cultural ofrece, con el fin de mejorar la vida de todos sus habitantes. Las leyes y derechos nos amparan. Ha llegado el momento de pasar a la acción, precisamente cuando Naciones Unidas ha declarado 2021 como el Año Internacional de la Economía Creativa para el Desarrollo Sostenible. Como escribió Agustín Espinosa en Lancelot 28º-7º, tenemos que crear una tradición fuerte, un sector unido, una atmósfera poética para construir de manera integral Lanzarote, moldeado por la gran capacidad creativa de la geografía insular y la energía vital de sus habitantes, para dar y recibir cultura sin fin.